5.7.11

Piensa(me), donde quiera que estés.

El ventilador daba vueltas y vueltas. Horas y horas, incesante, aburrido. El aire bailaba entre sus piernas y les pedía un tango matutino. Dormir desnuda se había convertido en su ritual sagrado. Un soplido fresquito rodeó su nuca, y ella entreabrió los ojos. Era él, y sabía que esta vez iba a largarse sin previo aviso. Se acercó más a ella y un beso en la frente despejó cualquier ecuación mental que aun quedaba por resolver.
Cortocircuitos sin sentido que torturaban su estrujado corazón. Basta ya, escuece. Ella era hielo impasible hasta que los dedos de él le acariciaron sus rojitas mejillas. Que facilidad tenía para derretir hasta su última pestaña. Nunca podremos caer, pequeña. Y su tierna sonrisa la calmaba hasta el punto de querer olvidarlo todo y hacer una hoguera con los tormentos de esa última semana. Soplar las cenizas, y empezar de nuevo, como la vez que él la enamoró a base de ricas medicinas y canciones con efecto calmante. Soplar las cenizas. En eso se convirtió.
En sueños.






Sonó el telefonillo. Despertó.
El sol la cegaba. ¿Qué horas eran? ¿Y qué demonios querían? ¿Qué ha pasado con mis huesos? Están hechos añicos, ¡ah!
- ¿Quién es?
- ¿Acabas de levantarte? Te espero bajo en 15 minutos, rápido. Tengo algo para ti.




(Que me digan a mí. 
Para una vez que sueño contigo y no son pesadillas. Dónde estarás ahora...)

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