Ciertamente,

Voy a hablaros de la chica que odiaba toparse con pepitas en las sandías. Charlotte. Nunca he entendido su manía con las pepitas, pues todo su rostro estaba salpicado de ellas. Eran chiquitinas y marrones, y yo las encontraba bastante simpáticas. Imagino que no quería llegar a inundarse de ellas. Porque temía las inundaciones, ya fuera de lágrimas, mordiscos o cosquillas. Ciertamente, era totalmente bipolar hacia las cosquillas. Le parecían adorables a la vez que insoportables. O eso decía, pero sé que en cierto modo, necesitaba ese toque de emoción en su rutina. Ella era de ese tipo de personas que encontraba vértices a círculos y óvalos perfectos. Siempre he pensado que ella era el mejor vértice de todos los que he conocido. Si os preguntáis por qué, os diré que todo su vértice estaba lleno de brownies calentitos, sonrisas cristalizadas y una pasión especial por la astronomía. Podía hablar con estrellas polares (y osos polares, y aguas polares, y vientos polares). Cuando lo hacía, aquello se convertía en un remolino de lujuria y dulzura al mismo tiempo. Algo extraño invadía su habitación, y si estabas allí, quedabas atrapado sin remedio alguno. De todos modos, sé de hombres que estuvieron allí mientras sucedía dicho espectáculo y acababan tan prendados de las formas y los gestos de Charlotte, que deseaban no salir nunca de allí.

Ella era pura magia. Una vez la oí decir: las personas mágicas son aquellas que creen en sí mismas, en su magia. Fue a partir de ese momento cuando se convirtió en mi mejor vértice. Porque aun encontrándome en la peor de las peores de mis tormentas, siempre me guiñaba un ojo desde su habitación y me lanzaba al aire del que respiro la pregunta que necesitaba oír de nuevo:

-¿Crees en ti misma?- A lo que yo respondía con un sí rotundo.- Entonces, ¿a qué esperas para desayunarte esa tormenta?